Artículo evidencia las ambigüedades e indefiniciones de Bachelet.

 

Cuestión de principios

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Por: Camilo Navarro

La Asamblea Constituyente pasó de quimera de algunos a tópico principal de la agenda política. Difícilmente estaríamos en esta situación sin la porfiada voluntad de quienes llevamos un buen tiempo insistiendo en su necesidad y urgencia.

Y aunque el párrafo anterior pueda sugerir lo contrario, el lector no encontrará aquí argumentos tipo “nosotros lo dijimos primero” ó “nosotros somos los legítimos impulsores de la iniciativa”. Y es que su servidor, aparte de considerar que la Asamblea Constituyente no es patrimonio particular o marca registrada, tampoco entiende la política como una actividad que se defina por orden de llegada o por criterios de propiedad intelectual.

La concreción de la Asamblea Constituyente no se juega en quién lo dijo primero o quién lo dijo después, sino en quién mantendrá ese compromiso hasta el final. Y en materia de cumplir con sus proposiciones la Concertación tiene muy malos antecedentes. La actitud ambivalente que ha adoptado Bachelet en torno al debate sobre la nueva Constitución es ilustrativa de que las cosas no han cambiado mucho al respecto.

La manera que la candidata encontró para insertarse en este debate sin asumir compromiso alguno es recibiendo de mano de sus expertos una propuesta con alternativas completamente disímiles. Uno de los caminos busca impulsar reformas constitucionales usando los mecanismos que durante veinte años han impedido superar la institucionalidad autoritaria, mientras que el otro mecanismo implica convocar a una Asamblea Constituyente reconociendo al pueblo como el único soberano y depositario del poder.

La indefinición, curiosamente, ha sido presentada como pluralismo y apertura al debate. Lo que subyace a semejante indefinición es que Michelle Bachelet no escapa a la tendencia que existe en el concertacionismo de concebir la política como apéndice del mercado. Lo que se busca es diversificar la “oferta” a fin de ampliar su base electoral, intentando contentar a quienes reclaman transformaciones profundas pero sin molestar en demasía a quienes se esmeran por mantener todo tal cual. Lo suyo es postergar las decisiones fundamentales y mantener a todos con la esperanza de que será su propia postura la que terminará por imponerse.

Para quienes entienden a los ciudadanos como consumidores, lo decisivo es ser capaz de manipular sus expectativas. Ni siquiera es necesario satisfacerlas, basta con desalentarlos o buscar un producto sustituto. Para lo primero, opera el discurso apocalíptico de Escalona, Longueira o Felipe Larraín. Para lo segundo; abundan quienes plantean reformitas parciales, comisiones bicamerales o comités de expertos.

En tanto, Michelle Bachelet expresa que lo importante no es la forma sino los criterios. En el debate del 10 de junio afirmó que lo central es que sea por vía institucional, pero que debe ser participativa, representativa y que incorpore la historia de la tradición de nuestro país (sic). Durante tres minutos, en que se dedicó a decir banalidades y darse vueltas en el aire, no mencionó una vez siquiera la Asamblea Constituyente y remató con una ecuación tan ambigua como imposible. Ayer, lunes 8 de julio, y por si no había quedado suficientemente claro (o suficientemente confuso), recalcó que jamás ha dicho que esté por una Asamblea Constituyente, sino que no está en contra de ninguna opción (o sea, como dice el chiste: “ni a favor ni en contra sino todo lo contrario”).

La práctica de Bachelet es francamente insólita. Sobre la educación pública se ha dado más de una voltereta, recordándonos que, si bien es de sabios cambiar de opinión, aquellos que cambian de opinión según la posición del sol reciben otros calificativos menos decorosos. Con las dos propuestas sobre Nueva Constitución, la candidata nos remite a una de las geniales frases de Groucho Marx: “Estos son mis prinicipios; si no le gustan tengo otros”.

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FUENTE:http://www.elquintopoder.cl/politica/cuestion-de-principios/

 

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