POLITICA: La izquierda libertaria mas allá de las elecciones. Por Manu Garcia

 

Este artículo de algún modo viene a terciar en el debate abierto en nuestros medios en torno a la declaración constitutiva de Red Libertaria y su posicionamiento ante las próximas elecciones presidenciales.

No es para nada extraño que este debate se produzca, pues los libertarios, aunque el elemento electoral no tenga tanta centralidad en nuestros planteamientos como en el de otras fuerzas políticas, no somos para nada ajenos a la coyuntura electoral que vive el país, una coyuntura que por otra parte está tensionando todas las formaciones y proyectos políticos sin excepción, no sólo el nuestro.

Es un debate necesario y que se está dando con bastante intensidad entre los libertarios, pero quedando las más de las veces entrampado en lo inmediato. Debemos proyectar ese debate más allá de la actual coyuntura electoral, pues en nuestro caso particular está opacando (o, mejor dicho, subsumiendo) cuestiones de fondo que son relevantes en el mediano plazo para nuestro proyecto político. De esas cuestiones, la central y prioritaria es conseguir dotarlo de mayor organicidad y perspectivas.

Y es que lo excepcional en nuestro caso, como en el de otras formaciones jóvenes, es la ausencia o la debilidad de un instrumento político, más allá de lo sectorial, que permita procesar correctamente este debate y darle una plasmación adecuada en los hechos.

Hoy podemos decir que los libertarios, como el conjunto de la izquierda, estamos viviendo una crisis de crecimiento. “Crisis”, no porque nuestros fundamentos o nuestra continuidad estén en entredicho, sino porque somos conscientes de que algo (nos) está cambiando: nos encontramos en un punto decisivo, en un momento bisagra que marcará un antes y un después para nuestro país y en el que sólo las fuerzas políticas que sepan interpretarlo y posicionarse correctamente en él tendrán viabilidad y proyección a futuro. “De crecimiento”, porque uno de los hechos notables de nuestro tiempo es la pérdida de fuelle de los defensores a ultranza de la institucionalidad pinochetista y la ampliación del espacio político para las fuerzas que se plantean su superación. Esto se ha manifestado en un repunte de las orgánicas de la izquierda, fundamentalmente a través de contingentes juveniles, y en una receptividad social hacia sus propuestas programáticas inédita en las últimas décadas.

La puerta blindada de los “consensos de la transición” se ha entreabierto unos centímetros, pero debemos ser conscientes de que se trata de una situación que no durará indefinidamente: si no somos capaces de capitalizarla, metiendo de algún modo el pie en el espacio abierto, las fuerzas interesadas en la conservación del estado de actual de las cosas la cerrarán, quién sabe si por veinte años más.

Un proyecto político en maduración

Los libertarios llegamos a este momento bisagra tras algo más de una década de trayectoria como proyecto político, una trayectoria en la que se ha verificado un innegable avance cuantitativo (reflejado en crecimiento numérico de nuestras iniciativas en el plano estudiantil, sindical, de género, poblacional, ecologistas, en la influencia de nuestra AGP, en el muralismo y otras expresiones de la cultura popular, etc.)  y también cualitativo, en calidad de nuestros cuadros y en capacidad de orientación, siendo este avance más perceptible en la perspectiva del tiempo: los debates que hace 10 años o menos eran candentes y nos tensionaban (sí o no a la participación en las federaciones de estudiantes; alianzas a nivel social con otras fuerzas de izquierda o construcción en solitario…) actualmente están más que saldados y hoy las posiciones basistas y/o aislacionistas a ultranza no ocupan, cuando se presentan, más que un lugar marginal y anecdótico en nuestro proyecto político, que ha conseguido un acumulado importante.

Ello obedece, sin lugar a dudas, a un cierto grado de madurez que no hemos alcanzado espontáneamente, sino metiendo las patas en el barro y afrontando los problemas de frente y con audacia, no esquivándolos ni conformándonos con el consuelo de una teoría inmaculada si la realidad de los hechos se empeñaba en contradecirla.

El trabajo por frentes o áreas de trabajo ha sido crucial en este sentido, pero las limitaciones de este modelo se empiezan a manifestar (o mejor dicho, a hacer visibles) a medida que vamos acercándonos a techos estructurales y chocamos con las trabas existentes a nivel sectorial. Y es que hay una serie de límites objetivos en las actuales circunstancias para que la izquierda siga creciendo exclusivamente a través del trabajo de frentes, límites que explican en gran medida, más allá de las recurrentes críticas a la burocracia sindical y al reformismo, que el movimiento de masas más desarrollado sea el estudiantil (y no tanto en las privadas o en los institutos técnicos, sino las universidades del CRUCH),  los bajos niveles de sindicalización (a excepción del sector público y de áreas estratégicas de la economía) y la fragilidad de las expresiones poblacionales y sus dificultades para incidir en el imaginario popular.

Si como izquierda en general y como libertarios en particular queremos jugar un rol en el escenario que se abrirá tras las elecciones, vamos a necesitar mayores niveles de masividad y disputa de sentido común, y para ello, además de avanzar en la multisectorialidad, es preciso que lleguemos también como proyecto político, como alternativa, a esos amplios sectores no organizados y difícilmente organizables en las actuales circunstancias. Esto sería factible a través de un espacio del que las grandes mayorías ajenas hasta el momento a la participación político-social se pudieran sentir parte y considerar como propio más allá de su condición de poblador, de estudiante o de trabajador y sin ser dicha participación político-social su primera o segunda prioridad vital.

Ese rol propiamente político no lo puede ni lo debe cumplir la organización popular amplia, ni el frente político-social, tampoco el colectivo puede trascender por su naturaleza el pequeño piño con tendencia a la homogeneidad etaria. Todas esas formas de intervención territorial son útiles y se deben seguir potenciando, pero sin duda no bastan ni pueden llenar este vacío.

Es preciso configurar un actor político con canales adecuados de información, de debate y de toma de decisiones, con estructuras abiertas, participativas y flexibles pero con una normatividad que acote responsabilidades y funciones, que establezca derechos y deberes.

No sería necesario ni útil integrar a esta estructura propiamente política a quienes ya están desarrollando una meritoria labor en sus respectivas áreas de trabajo. Tampoco sería tarea de esta estructura “tirarles la línea” o inmiscuirse en el campo que les es propio, por el contrario tendría que ganarse cotidianamente un rol de referente político, de instancia de síntesis y expresión de las demandas populares y de interlocución y articulación con otras fuerzas políticas, en ambos casos más allá de lo sectorial. El modelo de la izquierda abertzale vasca sin duda es un ejemplo del que tomar buena nota.

Una estructura con estos lineamientos generales contribuiría decisivamente a acabar con los resabios personalistas y amiguistas y la anomia organizativa heredados de una etapa en que la izquierda arrastraba la pesada mochila de la derrota, una etapa de hegemonía indiscutida del neoliberalismo que se está resquebrajando. En el ámbito estudiantil o ya están superados estos tics o se marcha a buen ritmo hacia ello: es un ejemplo de cómo la apertura (hacia fuera) y el establecimiento de canales formales (hacia dentro) son el mejor antídoto contra la formación de camarillas autorreferentes y paralizantes.

Los libertarios y la unidad de la izquierda

El desafío es constituir (como complemento a lo que ya está haciendo y no como unión de todo ello) una fuerza política con estructuración territorial, desde el nivel de la comuna, y alcance nacional.

Una fuerza política con un carácter público y abierto, con dirigentes conocidos y legitimados por sus vecinos, con un papel dinamizador y articulador del poder y la participación popular, que gracias a su buen hacer, su programa y su cercanía a los problemas del pueblo vaya más allá de quienes a día de hoy nos identificamos como libertarios o de izquierda revolucionaria, que trabaje no única ni principalmente en tiempos de elecciones o en el terreno institucional, pero que sea capaz de plantearse con madurez y sin apriorismos (sin ser anti o pro electorales per se) estos escenarios y que tenga la capacidad y legitimidad para entrar en conversaciones y alianzas a nivel político (y no únicamente social como hasta ahora) con el resto de fuerzas de la izquierda, entendiendo como tales también a las que hoy confían en que la Concertación ampliada podrá abrir paso a reformas estructurales y que sabemos que van a encontrarse con el muro de la institucionalidad vigente y la falta de voluntad política de sus socios.

Quienes somos partidarios de la ruptura democrática (por convicción de que la actual institucionalidad es un corsé que impide cambios estructurales y que por tanto es necesario romper con ella y establecer una diferente como condición previa para realizarlos) debemos ser capaces de establecer un diálogo y acuerdos de mínimos con esos otros sectores de la izquierda que aún confían en la posibilidad de las reformas en el marco de la institucionalidad actual. Sobre todo cuando se verifique su inviabilidad: tenemos que estar preparados para ser polo de atracción. Sin mezquindades ni ajustes de cuentas con el pasado, sin exclusiones, sin el sectarismo al que por desgracia estamos tan acostumbrados en la izquierda. Así, si nuestra tesis política es correcta y hacemos bien nuestras tareas (entre ellas contar con un instrumento político adecuado), acabarán a nuestro lado y conformaremos codo a codo ese bloque político y social capaz de implementar las transformaciones de fondo que las grandes mayorías de Chile necesitan.

FUENTE: http://www.perspectivadiagonal.org/la-izquierda-libertaria-mas-alla-de-las-elecciones/

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