Carta desde Buenos Aires para Sergio Buschmann. Por Claudio Molina “El Rucio”

¿Te acuerdas cuando los compañeros de la calle 5 de la Peni – camino al gimnasio para recibir a las visitas- nos gritaban a todo pulmón a la galería de los incomunicados ¡Fuerza Compañeros!, en las varias incomunicaciones que pasamos el 86/87?

Me acuerdo que sobresalía, por sobre todas las voces, el vozarrón del Diego Lira, el “masca chico”, más conocido en Carrizal como el “Care corneta”.
Cómo olvidar los actos rodriguistas en las visitas, incluido un hermoso casamiento rodriguista y el reconocimiento público que hicimos de la internación de armamentos en Carrizal, con las firmas de Alfredo, Abelardo Víctor, tú y yo. Y que, al mismo tiempo nos negamos a declarar en las Fiscalías, negándoles autoridad alguna para juzgarnos. ¡Qué cara de rabia que ponía el Fiscal Torres ante nuestra terca actitud!

Era nuestra nueva trinchera de lucha y tratamos de vivirla con dignidad.
Te veo feliz recorriendo el desierto buscando el huiro y explorando sendas.
Recuerdo tu risa y tus ojos puros disfrutando cuando el recordado loco Antonio, con inocencia y picardía preguntaba en el campamento de la Herradura:
– ¿Maforito…, porqué le dicen Maforito los compañeros?

Qué cantidad de sobrenombres que habían en ese pequeño ejército de hombres y mujeres locos: El albacorilla, el Caré Corneta, Calambriento, Chayita, El Duro, Fittipaldi, Guanaco, Pato Lucas, Pollo, Loco, el loco murdock, Pitruf, Maforito, Pintoso, Perfil griego, la negra, la flaca, el Pelicano, Popeye, el Puchini, Patan, el Rambo, Rocki y otros y otras que no me acuerdo, pues cómo dice el catalán, el “olvido sólo se llevo la mitad”….

Tengo grabada cómo una secuencia épica esa noche de mayo, inusualmente lluviosa para nuestro reseco norte, cuando atracó en la playa la primera balsa y comenzó la descarga de los medios de defensa de la goleta. Lentamente pasaban los fusiles, las ametralladoras, las municiones y diversos medios de combate, de mano en mano por la cadena humana de esforzados compañeros.

¡Ahora sí que ganamos, compañero! Me dijo emocionado el minero Daniel.
Todos, con rabia y fuerza acumulada, cantamos la Internacional, sin interrumpir la faena. Más de una lágrima furtiva se deslizó inadvertida por la lluvia.
Siempre se recuerdan de ti en la casa de Alejandro y la Julita, los padres de la flaquita, lugar en que pasaron meses fondeados después del salto libertario de la cárcel de Valparaíso, antes de ahuecar el ala y emprender el vuelo a nuevos caminos y luchas.

Después cada uno asumió sus afanes. No hubo sobreactuaciones ni fracciones, menos traiciones, sólo el amor a nuestro pueblo y a la revolución.
Siempre me pregunto cuánto tiempo habrá de pasar para que se reconozca a los caídos en dictadura no cómo victimas sino por los ideales que cada uno encarnaba.

Desde 1999, el Gobierno y las Fuerzas Armadas alemanas honran cada aniversario del atentado a Hitler. Reconocen en Claus von Stauffenberg y sus compañeros la dignidad del pueblo alemán. Cada 20 de julio los nuevos soldados toman juramento. La ceremonia se celebra en Berlín, frente al Reichstag, sede del Parlamento. Hubieron de pasar 54 años para ese merecido homenaje.

Más, sin ir muy lejos, hoy en nuestra Patria grande americana, a los caídos en dictadura se les recuerda y reconoce por sus ideales. Sus sobrevivientes encabezan procesos democráticos, tenemos presidentes y una presidenta que empuñaron las armas contra sus dictaduras. ¿Algún día en Chile se hará algo igual? Lejos de eso a la discriminación y el olvido se une la represión. Aún tenemos hermanos que no pueden ingresar al Chile, obligados a un exilio perpetuo.
Hace un tiempo me encontré en una reunión con varios antiguos compañeros de lucha. Se habló de revolución, de lucha armada. Todos insistían en su voluntad de continuar.

Uno tenía cuatro bypass, diabetes otro, otro artrosis y le costaba caminar. Ninguno podía correr una cuadra. Me pareció conmovedor, patético y maravilloso al mismo tiempo. Había un abismo entre la realidad y los deseos, pero era una reafirmación de lo pasado y la reivindicación de que no había sido en vano. Eso los muestra tal cual vivieron. Todos ellos, junto a las dolorosas ausencias, fueron lo mejor de nosotros. No porque fueran excepcionales, sino porque siendo gente común supieron estar a la altura de los mejores ideales del ser humano.

Y bueno perdimos, no pudimos hacer la revolución. Más creo que ganaremos cada vez que un joven aprende que no todo se compra ni se vende y sienta ganas de cambiar el mundo. Tengo admiración y respeto por la juventud actual. Los veo y siento vibrar cómo los setentistas y los ochentistas..
Un abrazo hermano, tengo la certeza que una vez más saldrás victorioso de esta dura prueba de la vida.
Claudio Molina “El Rucio”
Bs. As abril de 2014.-

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